¿Cómo mantengo mi primer amor?
Escrito por la worshipera, Diana Fuentes
Cuando mi relación con Jesús comenzó, era fácil predicar, sonreír y amar. Una carga había sido quitada de mis hombros y era libre para adorar, aprender y solo estar con Jesús, sin que fuera un deber, sino un deseo genuino de mi corazón. Estaba viviendo en el primer amor, como la Biblia le llama.
A medida uno avanza en su caminar, familiares, amigos y conocidos te identifican como la “cristiana” y de pronto se vuelve una imagen a proteger. Sirviendo en la iglesia, conocemos a otras personas que tienen una relación diferente a la nuestra con Dios, entonces es normal preguntarse, ¿Será que estoy siendo un buen testimonio? ¿Será que mi relación con Dios está bien? Está persona no hace esto y aquello… ¿Y si lo estoy haciendo mal? Ahí nos damos cuenta que necesitamos un guía y dos opciones se nos presentan: la ley o la gracia.
La ley es una maestra, una guía que nos dice que está bien y que está mal. La ley es buena pero es dura, juzga y el que es considerado culpable (aunque sea una falla en ignorancia), es condenado a morir.
En cambio, la gracia es todo lo contrario a la ley. No juzga ni condena, sino que busca que salvar al transgesor, dándole vida de adentro hacia afuera.
La ley fue como un maestro que nos guió y llevó hasta Cristo, para que Dios nos aceptara por confiar en él. Pero ahora que ha llegado el tiempo en que podemos confiar en Jesucristo, no hace falta que la ley nos guíe y nos enseñe.” (Gálatas 3:24-25)
Mi necesidad de un guía viene de la intención de amar a Dios de la mejor manera y este deseo no es malo; es más este guía ya viene incluido al reconciliar nuestra relación con Dios.
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. (Romanos 8:14)
Pero… ¿Por qué aveces preferimos la ley sobre la gracia? Por nuestra falta de fe. La guía del Espíritu Santo en gracia nos lleva a lugares inciertos, requiere riesgo, confianza pura y rendición diaria; mientras que la ley da una sensación falsa de control, rectitud y aprobación.
A raíz del temor, pasé de una relación con Dios basada en la gracia y el amor, a una relación basada en la ley. En el momento el cambio fue casi imperceptible, pero con el tiempo la carga regresó. Si estás atravesando esta transición, quiero compartirte 3 maneras de saber si estás viviendo en la ley o la gracia:
- La ley se basa en reglas; la gracia se basa en el amor.
La ley no ve el corazón, solo aplica la misma fórmula o reglas sin importar la situación. La gracia ve las intenciones del corazón, es creativa según el contexto y diferente para cada persona. La ley juzga sin conocer a las personas, el amor escudriña corazones con bondad.
- La ley no cree en los milagros; la gracia hace milagros.
La ley no cree que una persona puede arrepentirse e intentar de nuevo sin equivocarse; la gracia siempre espera lo mejor de los demás y cree que todos pueden ser transformados para bien.
- La ley se entiende primero en la mente; la gracia se comprende en el Espíritu.
La ley busca que todo tenga lógica humana y sea racional; la gracia se deje guiar como el viento sin saber hacia donde va, pero confiando que el Espíritu si sabe.
Con esto quiero decir que la ley está mal. ¡No, la ley es buena y fue creada por Dios!
Esto no significa que la ley esté en contra de las promesas de Dios. ¡De ninguna manera! Porque si la ley pudiera darnos vida eterna, entonces Dios nos hubiera aceptado por obedecerla. (Gálatas 3:21)
Pero es imposible en nuestra condición actual, obedecer la ley sin fallar; por eso para permanecer cerca de Jesús y su santidad necesitamos de la guía del Espíritu Santo. Lo bonito es que cuando somos guiados por el espíritu naturalmente vamos cumpliendo la ley:
Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. 38 Este es el primero y el grande mandamiento. Y el segundo es semejante á éste: Amarás á tu prójimo como á ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mateo 22:39-40)
SI identificamos que estamos bajo la ley, es tiempo de venir a Dios en arrepentimiento por haber preferido más ser “buenas” que vivir en su misma presencia y gracia para nuestra vida. Para mantener nuestra llama encendida es necesario ser un sacrificio vivo todos los días y disfrutar la aventura de ser guiadas por el Espíritu.