Las luchas, los problemas, las dificultades, las batallas, como quieras llamarle, están presentes en nuestras vidas. Es parte de vivir en este mundo, la palabra de Dios nos dice que en este mundo vamos a experimentar aflicciones pero que confiemos.
Hace algunos días mi mamá encontró en sus archivos un ensayo que hice en el 2014 para una clase sobre los lenguajes del amor. Leerlo nuevamente me recordó el asombro en que vivo cada vez que tengo una nueva revelación del amor de Dios. ¡Espero al leerlo puedan disfrutarlo!
Cuando Dios interviene en una etapa de nuestra vida, deja un sello único que simplemente no se puede borrar jamás. Estoy segura que llevaré está marca para el resto de mi vida, pero como una cicatriz de victoria.
El tema de la gracia de Dios, es uno de los más abordados en el ámbito cristiano, existen muchas lecturas, estudios, libros, prédicas y canciones que nos hablan de la gracia. Es importante que entendamos la gracia, pero aún más que la vivamos en nuestras vidas.
Muchas veces vivimos vidas de esclavitud, somos acorralados por nuestros pensamientos y la culpa nos absorbe. No te sientes digno de servir a Dios, de compartir el evangelio, de participar en su obra porque consideras que no estás listo, ya que eres un pecador.
Muchas veces hemos escuchado la frase “soy hijo de Dios”, pero, ¿Qué significa realmente ser un hijo de Dios? Comenzaremos definiendo el término paternidad.
¿Has cometido errores en estos días? Pueda ser que hace 10 minutos pecaste, que hace algunos años cometiste un grave error, o ayer dijiste algo que no debías decir. Todos sin excepción hemos cometido errores pueda ser que tus errores sean más pequeños que los míos, o más grandes… Siguen siendo errores.
El ser humano por naturaleza es un ser social, desde su nacimiento tiene la necesidad de comunicarse con otros. En la creación Dios consideró que no era bueno que Adán estuviera solo, por tanto decidió crear su ayuda idónea.